Cuando algún vecino me cae bien desde el principio es que hay razones para ello. El gesto, la manera de andar, de saludarte o de sonreir, las cuatro palabras que cruzas con él en el ascensor, la sincera delicadeza con la que te espera en la puerta para que no se cierre, como gira la cabeza para mirarte adivinando antes de preguntar... Algunos vecinos tienen esa extraña facultad de ser entrañables, pocos, pero con uno o dos en la comunidad es suficiente.
Y hoy, hoy ha ocurrido algo que me llenó por un momento de gozo.
Aunque vivo en un quinto piso (seis con la entreplanta) no siempre subo en ascensor, si veo que está ocupado, y no llevo bolsas, echo a andar por la escalera; y eso hice esta tarde al volver de tai-chi, con el chándal y las zapatillas de deporte subía incluso un poco más alegre, ligera. Al llegar al tercero me encontré con él, estaba esperando el ascensor y llevaba una bolsa de plástico de color blanco en la mano; repitió el gesto de girar despacio la cabeza (desnuda esta vez, sin la boina que normalmente la cubre), sonrió y preguntó si volvía de hacer deporte, le contesté algo rápido para no pararme, y entonces abrió la bolsa y me dijo con toda naturalidad: toma, coge. Como una madre le ofrece una pieza de fruta a su hijo. Y eso pensé yo al mirar dentro. Cómo? Fruta blanca?? Antes de que mis ojos vieran, mi olfato reconoció un fondo de flores de gardenia. Con la cabeza, ahora yo, inclinada sobre la bolsa y mis ojos sonriéndole a él, tomé dos. Coge más! me dijo. No, muchas gracias, sólo dos, como la canción.
Intercambiamos alguna otra frase que no viene a cuento y subí el resto de las escaleras de dos en dos.
Vecinos así son un regalo para nosotros.
Dos gardenias para él.
1 comentario:
vaya por dios! y yo sin una mala margarita a mano!!
un beso
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