21 feb 2006

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...de Javier Marías (no me salto uno de sus artículos, los leo por encima y suelo abandonarlos por la mitad pero aprendo mucho del interior de las cosas. De como se construye el lenguaje al mismo tiempo que la idea. Es un excelente proto.Y estoy de acuerdo con lo que dice. Más aún, admito todo tipo de sugerencias añadidas.)

Las situaciones de conflicto que tienen peor arreglo, con amigos o con conocidos, son aquellas en las que llegamos pronto a una conclusión desesperante, y nos decimos del ofensor, o del grosero, o del abusón, o del iracundo, o del jeta: “Es que ni siquiera se da cuenta”. Esos personajes tienen tan interiorizados su complejo de superioridad (más bien de inferioridad), o su mala educación, o su creencia de que todo les es debido, o su irascibilidad, o su propensión a exigir, que ni siquiera se dan cuenta de que han cometido un agravio. Así, el agraviado espera pacientemente una rectificación o unas disculpas, pero nunca las recibe, porque el otro está tan pagado de sí y se ve a sí mismo tan poco, que es incluso capaz de actuar como si nada hubiera ocurrido y de mosquearse si nota frialdad o una actitud esquiva en quien padeció su afrenta o su arrebato de cólera o sus imperdonables impertinencias. A éste se le ofrecen tres opciones: puede quejarse del exabrupto o desconsideración e intentar aclarar las cosas, pero si ya ha llegado a la conclusión mencionada, poco puede esperar de eso, pues lo más probable es que el ofensor se ofenda y en modo alguno admita su falta, y aun que la redoble en vez de dar explicaciones; la segunda posibilidad, y quizá la más frecuente, es aguantarse, dejarlo correr y fingir que no hubo agravio (esto sucede sobre todo cuando hay amistad o parentesco por medio), pero de esa solución tampoco es esperable nada, pues antes o después llevará a buen seguro a un nuevo episodio de lo mismo, y el contemporizador volverá a encontrarse en la encrucijada; la tercera, por último, es dar por imposible a quien ni siquiera se da cuenta, y apartarse de él rápidamente y para siempre.

Todos nos hemos visto más de una vez en situaciones de este tipo, en la vida personal de cada uno. A menudo resulta delicado hacerle ver a quien no está nunca dispuesto a ver fallos propios; señalarle a alguien lo disparatado o erróneo o injusto de sus argumentos; afear una conducta de la que su responsable ni es consciente. Y uno calla y traga por prudencia, exponiéndose a más amargos sorbos, o bien se aleja...