14 oct 2005

Mi querido culebrón

Esta historia la comenzó Azul. Muralla la siguió. Después, Nemomemini, continuó Gatopardo que se la pasó a Mad que, incomprensiblemente, se la pasó a Manuel H que, por culpa de la cumbre, se la pasó a Iluku que, gustosa, me la pasó a mi:



¿Podemos evocar voluntariamente nuestros recuerdos o son los recuerdos los que nos asaltan sin preguntar? No siempre un viaje nostálgico al pasado resulta satisfactorio.
Aunque nos esforcemos en visitar las mismas plazas, recorrer las mismas calles, caminar los mismos senderos; buscar las mismas personas, e incluso logremos encontrarlas; daremos mil vueltas a su alrededor y, sin embargo, ese pasado seguirá resistiéndosenos, hurtándosenos, porque seguro que no se nos mostrará en ese preciso momento en que hemos decidido conjurarlo.
Pasado esquivo, caprichoso, infantil, que juega con nosotros desbaratando nuestros recuerdos. Irrumpiendo atropelladamente en los sueños. Quién te ha llamado ahora?? A cuento de qué te presentas con esa imagen cándida de haber estado siempre ahí, habitando en el mismo espacio, ausente, y esperando...esperando qué? Una tarde tonta en que a ella se le ocurriese ordenar viejas fotos para encontrarte. Descifrarte. Desenmascararte...?? Te habías quedado atrás, recuerdas? En la mirada cálida del rostro que se ocultaba detrás de las cortinas de encaje. Esa mirada te contenía por completo. Y a tan buen resguardo estabas, pasado timorato, que te negaste a salir, a ofrecerte tal cual eras, cuando llamaron a la puerta y preguntaron por ti.

Porque un viaje al pasado es un viaje a ciegas y a ti te correspondía guiar.

Y tuviste que dejarla partir, una vez más, calle abajo, observando cómo su figura se iba empequeñeciendo, hasta confundirla con aquella niña morena, pizpireta, que, en ese momento, tan familiar te resultaba a ti y tan ajena a ella misma.

Andrés, celoso guardián del pasado, has dejado hacer bien su trabajo a las arañas. Cada uno atrapado en su tela. El mirlo la acompañó dos veces hasta tu puerta. Tan sólo tenías que sonreír...Decir que sí. Que eras tú a quien buscaba. No a otro. Abrirle la puerta de tus recuerdos para que se reconociese, y entonces hubieras podido decirle cuánto la habías querido, cuánto la querías aún, y cómo la habías visto marchar con la esperanza de que un día te entendiese.

Ahora, ella se pinta las uñas de los pies de color rojo vivo.

Y recuerda al mismo tiempo que tú.

Y espera.



y yo le paso el testigo a Juan Pantano, que le dé su vuelta de tuerca.