Claro que apareció. Me llamó por la tarde, estaba entrando en Pontevedra y me preguntó donde podíamos quedar. No se me ocurrió un sitio mas conocido y céntrico que el Carabela, un café amplio que da a la plaza del pueblo, en el que podríamos charlar, bien situadas en una de las mesas con ventana, y, al tiempo, disfrutar de un entorno agradable. Yo saldría en unos minutos y nos veríamos allí.
A ella la había visto en alguna foto, podría reconocerla, enseguida me eché el abrigo rojo por encima y salí.
El tiempo era desapacible, con un aire que descomponía el pelo así como el paraguas si intentabas cubrirte de las gotas sueltas que caían sin ánimo de mojar.
Llegué a la plaza, miré alrededor por si alguna de las personas que cruzaban podía ser ella, y seguí en dirección al café. Busqué entre las cabecitas que poblaban sus ventanas y ninguna me resultaba familiar. Entré, y recorrí con la mirada las mesas del centro del local, tampoco. Por una vez, yo me había adelantado.
Decidi esperarla fuera, así la vería llegar. Y no di ni dos pasos cuando me fijé en una figura de mujer que se acercaba. No lo dudé. Instintivamente me dirigí hacia ella, la paré y nos presentamos, ocupadas las dos en retirarnos el pelo de la cara, que el viento se empecinaba en cubrir una y otra vez, para reconocernos. Nos besamos de verdad.
No me guardo las emociones, pero me resulta difícil expresar qué sentí. Marmi entra mejor que nadie en el alma de los blogs y encontrarme con ella en carne y hueso fue concretar la imagen de una amiga que vive dentro de ti y conoce parte de tus secretos.
Y en este punto, por si Marmi no se había dado cuenta, digo que si en algún momento trazo algún plan, tengo claro que la primera en romperlo soy yo. Porque en vez de entrar en el café, a resguardo del aire, le sugerí pasear por la zona vieja al tiempo que charlábamos(algo debió de ayudar el hecho de que las mejores mesas estuviesen ocupadas), y así lo hicimos.
Bajamos cogidas del brazo hacia la plaza de la leña, dentro de lo que era mi intención de mostrarle las partes más bonitas de la ciudad, y comenzamos a hablar, no contaré de qué, está claro que primero de blogs, saltando sin orden alguno de uno a otro y metiendo cosas nuestras por en medio. Unas veces abríamos el paraguas para cerrarlo inmediatamente dada la fragilidad del varillaje.El pelo estaba totalmente revuelto pero eso ya no preocupaba.Otras, yo interrumpía la conversación para hacerle alguna referencia ya fuera a la plaza, a la estatua o al magnolio. Andábamos un poco al ritmo de nuestro discurso quebrado Pretendíamos llegar hasta Santa Maria pero sin elegir el trazado más corto Y si se puede andar aleatoriamente, queda dicho que andábamos así.
Marmi, créeme que antes era mejor cicerone.
Entramos en un café y seguimos tejiendo. Tirando de muchos hilos. En un intento, tal vez, de mostrar el mayor número de colores del tapiz. Cosas de ella, mías, cosas en general...
Salimos. Y , Marmi, no se puede ser buen cicerone si la iglesia se rige por un horario de servicio comercial.
Con lo que a mi me gusta sentarme en los bancos de las iglesias y hablar de asuntos divinos y mundanos! (y más ahora que tienen calefacción)
Nos conformamos con observar la fachada, lo bien que crecen las plantas en ella, y optamos por continuar. El tiempo no había mejorado. Yo empezaba a sentir frío, y, aunque lo que caía no podía llamarse lluvia, mis pies se orientaron solos hacia casa y allí nos dirigimos las dos. Desalojamos a Daniel del cuarto de estar y nos instalamos el resto de la tarde.
Este fue el contexto.
Lo demás ya entra en el plano más personal.
Dos cosas nada más.
Una , que me quedé preocupada porque no has tomado nada en mi casa, Marmi. Me pregunto, como buena gallega, si no habré insistido lo suficiente.
Y dos, la más importante. Que eres de las personas que remueven el aire y dejan flotando partículas benéficas detrás. Y esa influencia todavía perdura.